En nuestras ciudades, durante estas fechas navideñas y de inicio de un nuevo año, se despliega una escena conmovedora: servidores públicos, empresarios y ciudadanos entregando juguetes y ayuda a niños en situación de calle. Estos actos, aunque llenos de buena intención, son meramente paliativos frente a una realidad social más compleja y profunda: la desigualdad y la pobreza que afectan a nuestra sociedad.
La presencia de niños pidiendo en los semáforos es un recordatorio de nuestro fracaso como sociedad, al menos para atender este problema tan importante y añejo. Estos niños deberían disfrutar de un hogar seguro y oportunidades educativas, no de la incertidumbre e inseguridad de las calles. Aquí, la responsabilidad no recae solo en los padres de los niños o en el gobierno, que, dicho sea de paso, sí que deberían de utilizar nuestros impuestos para priorizar soluciones entorno a este problema. Pero ante la incapacidad del gobierno de solucionarlo debemos de tomar esta situación en nuestras manos para solucionarla de una vez por todas.
Los empresarios jugamos un papel crucial en esta dinámica social. Si bien nuestra contribución a través del pago de impuestos, donaciones y apoyo comunitario es importante y nuestro mayor impacto social es la de creación de empleos dignos; debemos reconocer que, aunque importante, esto no ha sido suficiente, y seríamos unos locos pensar que el problema se va a resolver solo sin hacer nada distinto.
En México, y en otras partes del mundo, la existencia de grandes brechas económicas y sociales es ya insostenible. El contraste entre la riqueza extrema y la pobreza visible en las calles es un reflejo de desigualdades profundas que deben ser abordadas. La desigualdad aguda, evidenciada por niños en las calles, es el caldo de cultivo para el descontento social y la inclinación hacia alternativas políticas como la que vivimos, un populismo disfrazado de socialismo.
El llamado es a nosotros, a los empresarios, para que reconozcamos la necesidad de ir más allá de la generación de empleo y nos involucremos activamente en iniciativas que aborden las causas raíz de la desigualdad y la pobreza. Esto implica hacer uso de nuestro liderazgo para convocar a otros sectores de la sociedad, incluyendo al gobierno y organizaciones civiles, para desarrollar soluciones reales.
Como sociedad, a todos, nos toca evitar romantizar la pobreza. En cambio, debemos trabajar juntos para crear un sistema que permita a cada niño crecer en un entorno seguro y con igualdad de oportunidades. La verdadera transformación social va a requerir un esfuerzo, donde todos aportemos.