Todo inició cuando, en las casas de los mexicanos, se empezó a reconocer la mediocridad en lugar del esfuerzo.
Cuando permitiste que al mexicano se nos etiquetara como impuntuales y mal hechos, y hasta te reíste al respecto.
Cuando consideraste modelos dignos de admiración a comediantes, prostitutas y mafiosos.
Cuando aplaudiste al mujeriego y llamaste “feminazi” a la mujer que lucha por sus derechos.
Cuando valoraste más a aquel que bebe en exceso y no sufre cruda, que al padre que trabaja dos turnos.
Cuando desprecias a alguien porque gana menos que tú o porque no tiene tú mismo color de piel.
Cuando tachaste de explotador al empresario que decidió arriesgarse a fundar su empresa.
Cuando al emprendedor, que al final del mes no tuvo ganancias, criticaste por ofrecer sueldos que consideras mediocres o de hambre.
Cuando defendiste a los delincuentes que murieron en la guerra contra el narcotráfico solo para criticar a un político, sin reconocer que, aunque eran muchos, la mayoría ya había elegido el camino de la delincuencia.
Cuando optamos por atacar la corrupción en lugar de promover y reconocer la honestidad.
Cuando decidiste insultar a quien piensa distinto a ti en lugar de entender que está pasando por un momento diferente.
Cuando ves a alguien adinerado y supones que es debido a la corrupción o al narcotráfico.
Cuando valoras más los viernes por ser días de descanso que los lunes, que representan trabajo.
Cuando ridiculizaste al dedicado y estudioso llamándolo “nerd” o “teto”.
Cuando dudas que el país pueda avanzar sin el reconocimiento y apoyo a los más capaces.
Cuando esperaste que un político o un sistema de gobierno resolvieran tus problemas.
Cuando proclamaste que todos debemos ser iguales y tener los mismos privilegios, sin considerar el esfuerzo de cada uno.
Cuando permitiste que insultaran al líder de tu país llamándolo “pendejo” o “borracho”.
Cuando viste el subsidio como un derecho y no como un apoyo temporal.
Cuando no dedicas tiempo para mejorar como persona, profesional o ciudadano, pero sí lo encuentras para actos degradantes.
Cuando robaron a tu vecino y solo pensaste en agradecer que no te ocurriera a ti.
Cuando instalaste una alarma para evitar que te volvieran a robar pero no denunciaste el delito.
Cuando creíste que era más fácil que un camello entrara al ojo de una aguja que un rico por el reino de los cielos.
Cuando te autodenominaste “pobre pero honesto”.
Cuando, sin conocer cifras exactas, asumiste que las grandes empresas son las que menos impuestos pagan.
Cuando creíste que ser buen ciudadano es solo cuestión de salir votar.
No. El modelo capitalista no fracasó en México; simplemente nunca lo conocimos.
México está dominado por todos los monopolios que puedas imaginar, desde el de favorecer al amigo simplemente por serlo en lugar de a quien es más capaz, hasta el monopolio en sectores como la educación, salud, petróleo y prácticamente cualquier eslabón de una cadena productiva.
El modelo que rechazas es el único que permite valorar a las personas por lo que realmente son.
El temor de muchos no es a la escasez de riqueza, sino a demostrar que pueden ser tan prósperos y capaces como los más afortunados.
A ese modelo le temen porque es más sencillo pensar en repartir lo que otros producen que en que todos aporten según sus capacidades.
El problema no es Andrés Manuel.
El problema es lo que Andrés Manuel López Obrador simboliza: conformismo y mediocridad.
El verdadero problema es que México se rindió y cedió el poder a quienes creen en recompensas no merecidas y proclaman que la necesidad es un derecho.